viernes, 3 de mayo de 2013

¿Quieres pasar un mal rato?


Una carretera hacia ninguna parte.

Se llama La carretera. Lo escribió Cormac McCarthy en 2006. Ganó el Pulitzer. Se vendía como rosquillas.  
Se llama La carretera, y cuando lo saqué de la biblioteca no conocía su argumento. Un libro en las estanterías de grandes almacenes. Un título que llama la atención. Un misterio.
Hicieron una película. Creo que salía Aragorn. Y Charlize Theron. Carlos Boyero se quiere tirar a Charlize Theron, por cierto. Pero yo no la he visto y no sabía de qué iba. Y ahora seguro que ya no la veo.
Vale.
No, no estoy tonta. Sigo sabiendo construir frases subordinadas.

El caso, es que he leído La carretera, como ya habrá quedado más que claro. En esta novela breve, concisa, y formalmente muy simple, pero muy profunda en sus reflexiones, conocemos a un padre, a su hijo, y como escenario de fondo, el fin del mundo. Porque el mundo se ha acabado, y no sabemos cómo. Pero no importa. El mundo se ha acabado y no tiene pinta de arreglarse. Y aun así, hay que sobrevivir. Porque la llama de la civilización, de la vida, no puede apagarse aunque se haya apagado todo lo demás.
¿Pero qué llama? me pregunto al finalizar el libro. ¿Es la civilización todo lo que nos rodea o lo que llevamos dentro? Si desaparece la tecnología, la seguridad, la confianza, la política, la misma sociedad, ¿se puede seguir siendo civilizado?  Lo que más miedo me da del mundo que plantea McCarthy no es lo que ya ha pasado. Es lo que podría pasar cuando la desesperación es lo único que te domina. Y el hambre. Y el frío.
No me arrepiento de haber leído La Carretera. Pero no lo recomendaría. Si eres de los que más que leer, revives;  de los que todavía, con la que está cayendo son capaces de empatizar con una historia hasta sufrir, de los que se creen la novela…. No te la recomiendo. Pero si no me haces caso, no te arrepentirás. Leer La carretera ha sido para mí, por encima de todo, una experiencia muy contradictoria.
Dice mi madre, que para estas cosas me conoce mucho, que por qué tengo que leer un libro que me hace llorar, que me hace pensar, que no me deja dormir. Nunca le he contestado a esa pregunta.